5/5/12

♥ Para la vida que me regala ser yo


Cuando nos dijeron que todo estaba en la mente nos hicieron creer que podríamos tener el control sobre todo lo demás. Creo que en algún punto de nuestras vidas nos hemos conducido así, creyendo que podemos ser jueces incluso de las cosas que no dependen de nosotros, como la voluntad de los que nos rodean (en los que -muchas veces- depositamos nuestras maneras de pensar y sentir). Yo creo que no podemos andar por ahí haciendo y deshaciendo sin tener presente que hay cosas que escapan a nuestro control, y que por más que queramos manejarlas, a veces nos rebasan, dejándonos en una posición un tanto incómoda para unos humanitos que temen a la vulnerabilidad, a la debilidad. 

Nos da miedo aquello que -tan ajeno- no se deja domar por nuestro control, pero ¿porqué? ¿nuestra misión en la vida es huir de lo desconocido si no asegura un conocido “bueno”? ¿nuestra aventura por el mundo necesita saber hacia dónde se dirige?¿todo está tan programado que podemos conocer las cadenas de causa-consecuencia para tener la certeza de que conseguiremos lo que queremos? ¿no le estamos pidiendo a la vida que se deje domar? Y si es tan domesticable ¿porqué seguimos sufriendo? ¿porqué no sabemos qué hacer? ¿no hay un instructivo para conseguir tal o cual cosa?.

Creo que cuando aparecen estas preguntas no nos queda más que pensar en que existe la posibilidad de que esos huecos y preguntas sin respuesta se deban a que, después de todo, la vida no es tan débil, predecible y, por lo tanto, controlable. Si no lo es ¿qué le pasa a la mente de cada uno de nosotros? La que se esfuerza cada día por dominar al mundo, a los demás, a nosotros mismos. Creo que lo que le pasa es que se decepciona de ella misma y, al hacerlo, nos lleva a decepcionarnos de nosotros mismos porque no podemos alcanzar la bendita meta de controlar aquello que nos afecta. Si me lo preguntan no creo que esto sea culpa nuestra, sino de las expectativas que nos sembraron al decirnos que el control podía ir más allá de nosotros (vaya, ni siquiera nos controlamos a nosotros mismos cabalmente). 

Cuando nos damos cuenta de los huecos de la duda -incertidumbre- que genera lo incontrolable, lo desconocido, lo ajeno, nos sentimos menos, como si de un momento a otro las olas de la vida pudieran arrastrarnos de tal modo que no tuviéramos más opción que morir ahogados. Pero no creo que hayamos nacido para eso, para resignarnos a renunciar a una vida que, no por ser indomable, resulta poco digna de ser vivida. Creo que esas olas son la vida misma. Creo que patalear, ahogarnos y nadar esperando no morir en el intento, es respirar. Eso, creo yo, es vivir. 

Cuando negamos esas olas al esperar que venga por nosotros la lancha del control, lo que hacemos es darle la espalda a las posibilidades que traen consigo esas olas. ¿Y el control para qué? ¿para qué remar si podemos nadar? Si dependemos de la seguridad que promete una lancha imaginaria, dejamos de nadar y, con ello, dejamos de respirar un poquito. Es como si prefiriéramos vivir de acuerdo a lo que la vida no es, como si la hiciéramos menos por miedo a lo que lleva consigo. Entiendo que tengamos miedo a lo desconocido, pero no entiendo que eso nos conduzca a no enfrentar la vida. 

Y así vamos por ahí esperando que todo se adecue a lo conocido, a lo esperado, para no correr el riesgo de que duela el golpe de caer en lo desconocido, en lo incontrolable. Pero no creo que sea justo para nosotros mismos el no darnos la oportunidad de que, si la vida se trata de un escupitajo en la cara, nos lo llevemos con tal de decir al momento de nuestra muerte “viví”. Así tal vez podríamos darnos cuenta de que el dolor también es un signo vital; de que así como es posible caernos, es posible levantarnos; de que nadie reconoce la luz si no ha conocido la oscuridad; de que las lágrimas son la sangre que -yendo más allá de lo biológico- nos revela como humanos enfrentados a su condición; de que renunciar a lo bonito puede encontrarnos con otro tipo de belleza que, aunque no se acomode a nuestras expectativas, no deja de ser tal; de que negarnos a tomar lo fácil, es digno si va en busca de algo que podría ser mejor; de que nuestra idea de “mejor” puede o no llegar a ser algún día pero al presentarse como posibilidad -según los elementos que nos dé el contexto en el cual decidimos- apostar por ese "mejor" es lo más digno que pudimos haber hecho en aquél momento; de que nada ni nadie tiene porqué cumplir con nuestras expectativas a menos que éstas sean las suyas propias (y las hayamos tenido según lo que tal cosa o persona nos dejó saber respecto a sus posibilidades y modos de ser); de que una vez que tomamos valor para nadar, no hay ola alguna que pueda vencernos, pues la decisión de nadar sí depende de nosotros, y lo que hagan las olas será el escenario en el que nos mostraremos como lo que podemos ser: nadadores de la vida; de que el dolor también es vida, y si nuestras expectativas escapan a él, escapan a la vida; de que no hay mayor fortaleza que la de renunciar a la dicha para entregarnos al dolor; y, finalmente, de que uno es capaz de aceptar la muerte una vez que ha aceptado la vida


Esto es lo que me digo a mí misma al reconocer la fortaleza de mi tristeza. Tal vez era necesario vivir de ella para escribir esto. Tal vez sea mi falta de comprensión la que me conduce a explicarme algo sólo para saber que lo que siento y pienso tiene sentido. Quién sabe, pero sospecho que lo que digo viene del peso que he dado siempre a la verdad (refiriéndome a ella como lo que de hecho ha pasado) que aunque me ha pegado fuerte, me ha dado -por lo menos- golpes dignos de ser experimentados... o Nietzsche y Foucault me han embarrado ya algunas de sus ideas ;)  

5 comentarios:

M dijo...

Antes que nada Hola!!! no te preocupes por el descuido, hay veces que las cosas nos superan y no podemos abarcar todo :)
Tenés toda la razón en lo que escribiste mujercita.
Besoootes.
Lindo tenerte de nuevo.

Sofía dijo...

No tengo nada que decir. Siempre que publicás te leo, pero sinceramente, casi siempre me dejás sin palabras...

Anónimo dijo...

Creo que lo más difícil de superar cuando uno no tiene el control de lo que le rodea es ese sentimiento de impotencia, de no poder hacer que las cosas fluyan como uno quiere, o como mejor serían. Supongo que esto se debe a que no siempre podemos predecir o controlar las acciones de los demás. La pérdida de una persona, por ejemplo, es sin duda la peor emoción que yo he sentido a lo largo de mi vida. La impotencia de saber que no volverás a estar con dicha persona y que no puedes hacer nada para cambiar las cosas es especialmente escalofríante.

Justamente estaba platicando de algo parecido con una compañera. Ella y yo pensamos muy diferente. Creo que hay esencialmente dos tipos de personas en este mundo, las personas que ponen a uno mismo como lo más importante (con esto no quiero decir que sólo se importen a sí mismos) y las personas que consideran lo más importante a la gente que los rodea.

Yo soy del segundo tipo, y mi compañera del primero. Ella asevera que todas las personas deberíamos ponernos siempre a uno mismo como lo más importante. De esta forma, las desiciones que tomen las demás personas no nos afectarán de forma negativa, y si algo malo sucede en nuestra vida, sabríamos que los culpables somos exclusivamente nosotros mismos.

Yo a veces prefiero dedicar mi tiempo y atención a mis seres queridos. En ocasiones he tenido que sacrificar cosas por su bienestar, a pesar de que eso pueda causarme algún otro inconveniente.

Este camino que he elegido me ha traído algunas decepciones, pero quiero seguir siendo quien soy.

Normalmente sólo leo tus entradas, pero hoy he dedidico comentarte algo xD

Un saludo.

Laura Escobar dijo...

Holaa! acabo de descubrir tu blog y es muy interesante, me gustan tus entredas, me hacen pensar =) te sigo!
te dejo mi blog por si quieres pasarte y estaré pendiente del tuyo!

http://lauraescobarblog.blogspot.com.es/

( Por debajo de la piel ) dijo...

Anónimo:
Tardé en contestarte pero aquí estoy, ya libre de deberes escolares y telarañas en la cabeza (bueno, creo que ahora tengo menos ja).

Me parece muy atinada la división que haces y, si no me equivoco, no están tan peleadas las dos opciones que mencionas.
Bueno, lo digo porque yo vivo combinando las dos, pues aunque digo que la gente que me rodea es la que dota de sentido mi vida, sé que el sentir que tengo respecto a ellas, el el que me pertenece (no ellas), por lo cual si deciden quedarse o irse, me quedo acompañada de lo que siento, agradecida de haber tenido noticia de lo que fueron cuando las conocí.
Creo que el problema está en no asumir que todo cambia, y que incluso si seguimos "pegados" con la "envoltura" o el nombre de alguien, eso no nos garantiza que se queden así como los conocimos, y la cosa es que, según yo, todo tiene derecho de cambiar y de ser y decidir como le venga en gana, y creo que eso aún si es doloroso, sigue dando cuenta de la vida, de esa misma "situación" que nos tiene aquí respirando y constituyéndonos (refiriéndome a la perspectiva de tu amiga), y siendo testigos del espectáculo de la humanidad (refiriéndome un poco más a tu perspectiva).

Creo que el negarnos a los otros, es negarnos de mucho, lo cual muy bien podríamos hacer nuestro (sin faltar al principio de supervivencia de tu amiga), y envolvernos en los otros, sin depositar en ellos más peso (el de nuestro afán de ser en tanto que ellos son, el enajenarnos) que el que de x sí ya traen consigo, también resulta más sano, tanto para ti, como para aquellos.
En fin, es un tema que abarca tanto que no e atrevería a dar conclusiones, pero ya que a mí me ha funcionado, creo justo compartir mi perspectiva contigo, ya que has sido tan amable de enviarme tan buen material de reflexión n_n

Te envío un abrazo, muchas gracias por prestarle tiempo y atención a mis palabras, espero haber concedido un comentario justo a las tuyas :)

Éste que ves, engaño colorido, que, del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores, es cauteloso engaño del sentido;
éste, en quien la lisonja ha pretendido excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores, triunfar de la vejez y del olvido,
es un vano artificio del cuidado, es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado:
es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada
- Sor Juana Inés de la Cruz -