Lo que dijeron nuestras manos fue mucho y, sin embargo, le parece poco a cada posibilidad de seguirse encontrando y reconociéndose entre sí y por sí. Cuán ambiciosa ha de ser mi boca donde extraña esperar de la tuya que diga mi nombre en cada afirmación de ti; si sabrá el suelo cuánto me olvido de él por recordarte, y cuánto lo pido cuando nos dejamos ir (cada vez)...
Lamento haber sido motivo de tu tristeza, y espero que la felicidad de la que participamos amándonos sepa compensarte como lo hace conmigo cuando lamento una que otra cosa que pasó entre nosotros.
La gente no debería poder amarse mucho si no tiene en las manos el mundo para ofrecerlo... quizá esa sea una condición para amar intensamente, no tenerlo para procurarlo pensando en un "nosotros". Quizá si se tuviera desde el principio en las manos se prescindiría de amar, o se correría el peligro de ofrecerlo a alguien que está ahí por él y no por amor al otro. Pero qué peligroso es procurar conseguir el mundo para ofrecérselo a un alguien... Quizá por ello convenga hacerse del mundo en nombre de uno mismo, de modo que, cuando dos mundos se encuentren, se compartan sin responsabilizar a nadie de su configuración y consecución; la decisión es nuestra, y no habría porqué ponerle un nombre aparte del nuestro.
Eres piedra angular en la construcción del mío, y sé que lo soy del tuyo; no pido más... no espero más. Así que llévate el resto de los días, guárdame un espacio en las posibilidades de tu boca, y no olvides que mi nombre en ella depende de la afirmación del tuyo.
Cuántos días tendrá tu vida, y cuántos tendrá la mía... quizá sólo haya un 31 de mayo cada 365 días pero no habrá alguno que niegue el que fue, al que le debemos el amar así como sólo tú y yo podríamos a consecuencia de la bendita posibilidad de habernos conocido. Recuerdo pocos días de nacimiento; este es uno de ellos. No olvides, entonces, celebrar la vida que nos dio -y que dimos- a luz; se -o nos- lo debemos.


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