La hija, la hermana; ese es mi nombre. Soy la que no le pertenece a nadie pero que una que otra vez llega a sentirse relacionada por una necesidad que conoce más del amor que de la voluntad.
¿De quiénes hablaran cuando mi cuerpo deje de exhalarme? Cuando resulte demasiado evidente su caducidad; cuando las conjeturas apelen a la memoria, y ya no a los espejos dibujados en rostros anhelantes de novedad.
Quizá resulte conveniente que reformulen sus interpretaciones de mi nombre, ya que me es imposible, necesario y esperado -hasta cierto punto con ansias- abandonar la tarea de "causa" u "objeto" de ellas.
No he podido decirme en todos estos días, y no guardo esperanzas de que puedan hacerlo otros, pero me temo que -como yo- difícilmente lograrán evadir el impulso de intentar hacerlo.
Son tantos los nombres que configuran el mío que me resulta poco probable que, incluso yo, pueda hacerles justicia en una mención que por desesperada se olvide de agradecer la inefabilidad de una vida, aunque ésta resulte verdaderamente intrascendente (cosa que, a últimas cuentas, no me toca saber o decir).
Como todos, me doy "en relación a.."; soy una condición para ser, estar, comunicar... Y eso me basta, y espero les baste porque no soy más.
Si alguien quiere hablar de mí que diga su nombre antes de mencionar el mío; el que esté libre [...] que arroje la primera piedra.
Y así, para este intento de decirme, me parece que he pedido prestado el idioma de un dementor...
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