3/4/14

Lo que sea, menos un juez...


[ Ojalá creyera en el mito de que alguien puede decir con justicia que “tiene razón”. Decirlo supone que, de todas las razones posibles, una tiene un lugar privilegiado, que una es “LA buena”. Podría creerse que esa sería la que se asocie con LA Verdad, pero no podemos(?) saber si esta trama -mundana, accidentada, shalalá- es ESA con la que contamos, ¿no será que no hay Razón o Sentido últimos/absolutos (Determinantes con mayúscula)? No sabemos si no hay más que “esto” impregnado de lo humano, aparte de todo LO que no habla y que, por ello, tiene la “desventaja” de “no poder” decir desde su posición no-humana... quizá todo está diciendo y es la diferencia de lenguajes la que no nos permite entrar en diálogo... o la constante primacía que se le da a la perspectiva humana... ¿el diálogo será “imposible” porque los contenidos se refieren a experiencias distintas, porque el idioma -la forma- es distinto, o por la tendencia a jerarquizar experiencias y perspectivas?... ]

Acaba de aparecer en mi cabeza algo que quizá pueda ayudar[me(?)] a ver[me(?)] con claridad: 
[ Las cosas, por sí mismas, no tienen un valor ($), sino que éste (“su” precio) les es asignado de acuerdo al mundo de cosas -con cualidades distintas- en el que coexisten. Para que estas cosas puedan distribuirse (venderse) para el consumo humano (determinado por la necesidad, utilidad, la sola apropiación, etc.) se establece entre ellas una relación de equivalencia que permitirá su intercambio (para satisfacer a consumidores y productores)
El intercambio no se da en forma “directa” (“te cambio mi vestido por tu libro”), sino a partir de mediadores. El valor de las cosas es abstracto (no lo implican ellas por sí solas en su materialidad), así que nos hemos valido de “un algo” que simboliza valor intercambiable (poder de adquisición de bienes y servicios); el dinero es la “materialización”, por excelencia, de la relación de equivalencia que posibilita este intercambio. 
No todas las cosas producidas son mercancía, es decir, no todas están sujetas a las leyes del sistema mercantil capitalista (modo de distribución “ganador”), pero corremos el riesgo de universalizar esta forma de “significar” (otorgar significado) a las cosas, basada en equivalencias referidas a “un todo” (como en este caso lo es el mercado, el “mundo de cosas” puestas a la venta).

Teniendo en cuenta lo anterior, ¿qué define, entonces, nuestra singularidad?, ¿cómo entra(n) en diálogo lo(s) diferente(s)?, ¿cómo podríamos entender (según cierta significación) algo o a alguien, si no distinguiéndolo de lo demás? (no escribí “LO”, un algo entendido como un todo, sino “lo”, entendido como alteridad, diversidad). Bueno, quizá su valor sea relativo, no de acuerdo a los cambios en la oferta, demanda y las decisiones de “los responsables” de ese juego de abstracciones simbolizadas en los productos (“cosas” no necesariamente materiales), sino de acuerdo a la persona que entrará en relación con él (y viceversa). Me resulta importante aclarar que NO me refiero a que lo demás (“lo otro que no soy yo”) esté sometido a nuestro santo juicio entendiéndonos como consumidores con dinero en el bolsillo (poder adquisitivo); me refiero a que las cualidades “no necesitan” un proceso de equivalencia o adecuación, a que no es necesario que el diálogo o la aproximación entre lo diverso dependa de algo más que su sola relación, sin que ésta se remita a un orden más allá de las variables personales y mundanas de las que disponemos al momento (sin Razón, Verdad, Bien, Mal, etc.).

Amo a las personas que amo porque puedo, porque -de todas las que he conocido- ellas me afectaron de un modo que no me permitió “reaccionar” de otra manera. Si nos re-encontramos es porque se puede y se quiere, por lo cual no podría negar cada momento en que estamos (o estuvimos) y en que no estamos (o estuvimos) juntos. ¿Ese amor desaparece cuando desaparece la posibilidad de re-conocernos? siento (sé) que no, que incluso cuando soy yo la que elimina la posibilidad de un nuevo encuentro, el amor no está condicionado a “un todo”, sino a la situación actual, y en ella me sigo relacionando con los otros de cierta forma (re-significo sus nombres cada vez que los pienso, que “uso” su nombre). ]

A qué viene todo esto? a que en secreto desearía creer que “tengo razón”, y que esa Razón bastara para otorgarle tranquilidad a las decisiones que he tomado al relacionarme (acercarme o alejarme) con la gente; pero no creo en eso, y mis razones sólo alcanzan para ser consecuente con lo que creo y, finalmente, soy. Suelo explicarme al quedarme/nos y al irme/nos -está en los demás si oyen o no-, pero la firmeza con la que hablo de mí (las ficciones con las que vivo y por las que duermo con relativa tranquilidad) da(n) a entender que “lo tengo todo muy claro”, que no hay contradicción en mí, que de ninguna manera podría morir mientras afirmo que esa decisión, que es la "mejor" a mis ojos (y como soy parte de la relación resulta determinante), jura afirmar la vida.

No soy quién para decirles a los demás que “están mal”, que “se quedan cortos”, que “no pueden”... pero sí me adjudico el derecho a creer, a tener -o no- fe en mis relaciones (según crea que podemos -o no- propiciar nuestro humano potencial de manera positiva). Positivo, negativo... qué tanto creo que podemos, qué creo que podemos... no quiero “algo”, sólo he podido reconocer lo que no quiero en los “nosotros” en los que puedo participar (reconozco a lo que no estoy dispuesta)... Entre tanto, podría resultar que estuviera equivocada y mis creencias no supieran hacerle justicia a lo posible, pero sé de mí, de la que soy ahora, y aunque vivo con la pretensión de ser y hacer lo más adecuado (según las condiciones que me disponen y de las que dispongo), tengo realmente poco...  quizá sólo cada posibilidad de tomar decisiones, como las que toman todos a cada momento (si no se hacen responsables de ellas es otra cosa)... sí, tengo poco, me falta lo demás (lo otro que no soy yo) para saber de mí cada vez que somos... ]

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Éste que ves, engaño colorido, que, del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores, es cauteloso engaño del sentido;
éste, en quien la lisonja ha pretendido excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores, triunfar de la vejez y del olvido,
es un vano artificio del cuidado, es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado:
es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada
- Sor Juana Inés de la Cruz -