27/7/14

Você e eu


Tú viste las joyas del mar y, como un niño, las guardaste en la calidez de tus manos. La luz que cobijaba al cielo fue la misma por la que pudiste reconocerlas y salvarlas del arrastre de las olas; tenías que hacerlo. No pudiste resistirte a tener su brillo deslizándose entre tus dedos pero tampoco pudiste evitar sentirte culpable por haberlas tomado con la fuerza e inocencia de quien no le había sido confiado un tesoro. Pudiste ver arder tus juguetes, reconocer sus posibilidades y tu fuerza, pero no pudiste saber lidiar con tal fragilidad; te volviste de cristal, caíste y, contigo, tu tesoro... resistió la caída, como siempre, pero lo cortaste. Lloraste como quien no puede evitar mirarse en el espejo, no para vanagloriarse sino para buscarse, le guste o no lo que encuentre. Viste también tus manos y no pudiste resistir regresar al mar a devolver a sus olas lo perdido; y así te vio despedirte, pero así también reconoció en sí el tesoro de la calidez de tus manos, aferrado a sus profundidades y, sobre todo, a la luz de los días en que el cielo habla de ti.

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Éste que ves, engaño colorido, que, del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores, es cauteloso engaño del sentido;
éste, en quien la lisonja ha pretendido excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores, triunfar de la vejez y del olvido,
es un vano artificio del cuidado, es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado:
es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada
- Sor Juana Inés de la Cruz -