10/9/14

Ellos y (nuestro(s)) nosotros


Él y ella, un par de desconocidos amándose. Los veo tan felices juntos que me remiten al amor que he podido sentir. No extraño amar o ser amada, ahora mismo amo y me siento amada aunque tal amor no implique que nuestra relación sea como lo fue.

Creo que al final toda relación es así, que no se deja de tener una relación con alguien porque no hay cercanía, sino que esta se reconfigura de acuerdo a las circunstancias (entre las cuales se ubican factores tan decisivos como un adiós; dejar de buscarnos, de preguntar por quiénes somos).

No podría reconocerlos en él, ni yo identificar en ella a las que fui. Ellas fueron por ellos, les (me) dieron a luz junto con las otras condiciones que singularizaron el rostro que conocieron y del que hablaron después, dándole mi nombre a sus interpretaciones. Amaron a la que hicieron de mí, y yo amo a los que creo que eran; amamos, pues, nuestras interpretaciones y recuerdos.

¿De qué fuimos capaces después de encontrarnos? No pudimos vernos de otra manera, era pertenecernos o nada; y fue nada, aunque creo que la idea de lo que fuimos juntos y los escombros que dejó nuestro caminar conjunto (ese alguien restante que lleva nuestro respectivo nombre), son una forma de acompañarnos sin "pertenecernos".

Cada quién se contó el cuento que pudo para poder dormir tranquilos; ellos me entendieron fría, egoísta, intolerante, mentirosa, injusta, o equivocada, y yo los entendí decepcionados, egoístas, ansiosos, manipuladores, irrespetuosos, o injustos.

Quizá sólo así podíamos lidiar con la renuncia a caminar juntos (o eso creímos). Pero creo que nos implicamos de cualquier modo, en algunos casos a pesar de nuestra voluntad. Nos evocamos al decirnos, al reafirmar a estos repercutidos por el haber estado juntos.

Sí, los veo y no los identifico con los nosotros que amo, los que me hicieron la que soy; pero me remiten a ellos y a esta que a veces siente depender su vida del asalto de recuerdos, cuchillos en la que reconoce que no abandonó gratuitamente la soledad que ama.

Nos amo, como siempre y como nunca, como sólo hoy podría amarnos por el sólo hecho de seguir sucediendo cada uno ausente pero presente en las repercusiones que dejó en el otro.

*
Dije "amamos nuestras interpretaciones y recuerdos", lo cual podría implicar tristeza o desesperación ante la inadecuación entre el otro y yo. Pero es por esa bendita brecha insuperable que podemos decir "no soy tú, sólo te puedo ver e interpretar desde mí; hacía falta yo para entender loquesea de ti, y hacías falta tú para poder entender loquesea de un alguien al que entiendo como ''".

¿Por qué "bendita brecha"? Si es así, puede decirse que se trata, entonces, de una representación de nosotros mismos en la que hacemos de los demás nuestros personajes. Lo que sea que digamos de ellos es una superposición que nos disfraza; estaríamos negando una soledad irremediable. Qué elección tan injusta es esa que nos lleva indirectamente al egocentrismo, al desfile de máscaras con un sólo rostro.

Hacen y dicen una cosa, pero podemos entenderlo como queramos y podamos; nuestra capacidad interpretativa es libre. Qué libertad tan chafa es esa donde no podemos elegir más allá de nosotros mismos, donde las formas se visten de una misma esencia.
¿Pero en qué momento pude decirme "yo" sin implicar un "tú"? ¿Me inventé?, ¿te inventé? ¿Las murallas de mis adentros me dispusieron de lo que nos dimos a conocer acerca de lo posible? ¿Sabía todo lo que aún no sé "por los demás"?

Con qué ganas buscamos la unidad, la adecuación, la originalidad, las esencias. Pero no conozco a nadie que pueda decir-se (expresarse a sí mismo) sin implicar a un tercero; vaya, no puede ni evadir a los creadores y usuarios de la lengua en el sólo hecho de decir.

¿Entonces? Lo que yo creo es que somos un cúmulo de singularidades que pueden comunicarse con otras, entrar en comunión, copular y dar a luz. Y como no es mi intención jugarle a la Descartes, a la fenomenóloga o, tal cual, justificar lo que digo sentir y entender de los demás, me limitaré a decir que, según mi experiencia (que no es mucha pero sí diversa), he podido sorprenderme verdaderamente de lo posible. Creo que si le guardo fe a las personas es porque supongo que no tengo ni idea de lo que pueden ser, de las experiencias de vida que se están jugando más allá de mis 4 paredes.

Los interpreté y me interpretaron; nos reconocimos diferentes. Hicimos lo que pudimos para entendernos porque no podemos evitar decir desde cierto alguien (lo que llamamos "yo"), y esa es precisamente la belleza de no ser el otro (al que decimos amar). Hay algo afuera ejerciendo su fuerza creadora y expresiva de (de lo que es) en nosotros... repercutiéndonos, teniendo consecuencias que no dependen de nosotros mismos ni de aquél otro sino de nosotros.

1 comentario:

Nanna dijo...

Apoyo completamente lo que decís de que "amamos, pues, nuestras interpretaciones y recuerdos" porque así es. Terminamos amándo más lo que fue que lo es.
Cada quien se dice un cuento para sobrevellar y seguir, constante ciclo de la vida.
Pero como alguien me comentó alguna vez, "porque fue, siempre será", o al menos, eso quiero creer.
Con referente a las máscaras de uno, creo que nunca se puede luchar contra ellas.

Saludos.
Un fuerte abrazo.
:)

Éste que ves, engaño colorido, que, del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores, es cauteloso engaño del sentido;
éste, en quien la lisonja ha pretendido excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores, triunfar de la vejez y del olvido,
es un vano artificio del cuidado, es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado:
es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada
- Sor Juana Inés de la Cruz -